La materia o la función política de la palabra por Liliana Tozzi

Juan Martini (1944-2019) nació en Rosario, vivió exiliado en Barcelona hasta 1984, cuando se instaló en Buenos Aires. La complejidad y diversidad de su vasta obra literaria refleja las búsquedas de un autor que hace de la indagación estética una poética. La solidez de su producción radica justamente en ese juego entre la experimentación que dirige la escritura y la red subyacente que, a manera de vasos comunicantes, sostiene la totalidad y hace de sus textos un conjunto, una obra.

 La máquina de escribir (1996) es quizá la novela que mejor condensa, mediante el juego metaficcional que incorpora en su construcción misma, la poética de Martini: Una máquina que organiza una cantidad de materiales heterogéneos, fragmentos, retazos de historias y versiones diferentes e incluso contradictorias, pero en cuyo procedimiento aparentemente caótico subyace una concepción de la literatura y su función que dista mucho de la disolución posmoderna.

La construcción de la historia funciona como uno de los núcleos a partir del cual se trazan líneas en expansión: la figura del escritor que se multiplica a través de varios alter ego, enun homenaje explícito a Onetti, pero también un diálogo polémico con la tradición literaria; la figura fundacional del desierto (que emerge una y otra vez en la narrativa de Martini), en continuidad y contraste con las orillas barrosas del delta; Casablanca y los modos de contar una historia; la carcasa podrida de un barco en la orilla, la alta cultura y la “roña”. La red discursiva entrama ejes de sentido en una combinación que recupera elementos faulknerianos y preanuncia algunas narrativas del siglo XXI como las de Gabriela Cabezón Cámara, Hernán Ronsino y Oliverio Coelho.

Una voz polifónica que fuerza las convenciones gramaticales y la preceptiva literaria organiza, con los mismos materiales, una multiplicidad de historias que refractan la realidad y la Historia: el pasado de la Argentina, la situación política finisecular y la crisis –desde la proyección visionaria del artista– que inaugurará el siglo XXI.

 En un bar de los alrededores, en un delta que puede estar en el Paraná o en Amsterdam, la historia se escribe en una Lexikon 80 sublimada, como reliquia que condensa en su materialidad un sentido místico, que remite a la tradición de los grandes escritores periodistas de la literatura argentina, como Walsh, Piglia, Soriano, Sasturain, el Negro Fontanarrosa. Ciertamente, La Tribuna y La vanguardia, los periódicos que se escriben desde “la cátedra” que asiste al bar de Strauss, establecen el nexo con la escritura periodística a través de sus prácticas más relevantes: la investigación, la crónica y el compromiso social. La máquina recoge las versiones, escribe el folletín y el diario en la ficción, pero también la novela que leemos. La máquina escribe, con los restos de lo real, con el “oro” y la “roña” de los alrededores, con los silencios y las contradicciones, un relato donde a partir de cada “agujero negro” se genera una nueva posibilidad de reescribir la historia.

La máquina de escribir, como el conjunto de la obra martiniana, reivindica la función de la literatura, porque en palabras del mismo Juan Martini, “cuando en el escenario de la posmodernidad las ilusiones y las esperanzas políticas parecen muertas y enterradas, los escritores volvemos a descubrir que la literatura –como siempre– será política, o no será.”

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