De brotes ramas
de ramas flores, de flores
néctar.
Blanco o negro todo o nada
empezamos a vernos
sin reparar en matices.
La redondez de tus dedos
sobre un cuchillo que no corta
roza el pan
un sábado a la mañana.
Naranja sobre blanco
las espigas de trigo bajo el sol
la molienda el molino
las manos de una mujer volviendo pan
la corona de harina.
Pan que ahora llevamos a nuestra boca.
Naranja sobre blanco
mermelada sobre miga tostada.
La redondez de tus dedos
rozando mi corazón.
*
*
Doce años y ahí estoy
entrando al arroyo de Siete Cascadas.
El musguito se pegaba a las piedras y me hacía resbalar.
Nos juntamos tantos años después
a ver el video de ese viaje
que nos costó encontrar el dispositivo
de VHS para poder reproducirlo.
En lo íntimo no queríamos vernos
unos a otros
sino ver nuestras caras de doce.
A mis casi treinta me daba intriga si algo
del miedo que sentía por esos días
iba a verlo en los gestos de esa que fui.
Busco abajo las maravillas del mundo,
guardo en una bolsa de nylon
las piedras más brillantes que encuentro.
Tengo una remera desteñida
y un pañuelo atado a la cabeza
que nadie mira.
No me miran todavía,
ahí, hay un mundo pequeño pero mío.
En ese mundo todavía no hay sogas
que me unan o desaten al amor
bastan las piedras, las nubes, el agua del río.
Basta que diga por ejemplo:
voy a juntar piedras para llevar a Buenos Aires.
O que diga:
cuando lleguemos a la feria voy a elegir
un regalo para mis abuelos.
O que sienta: algún día voy a tener
una casa en las sierras.
Cuarzo y turmalina y a las opacas las dejo.
Llego al hotel y despliego sobre la cama las piedras.
Doce años y ahí estoy.
*
*
a Natalia Romero
Hay un río, a veces baja.
Hay una acequia del lado izquierdo.
Sé que apoyé mis pies este verano
en esa construcción
que serpenteaba calcando
de la sierra su forma
y me llevó a una casa con molino.
Ahí me quedé, apoyé mis cosas.
Era veintiuno de febrero
y desde ahí la llamé.
Viajo sola y siento tan cerca
a mis amigas.
Sumergí mis pies en el río
sentí perfecto el paisaje.
Las sierras eran montañas
las piedras tenían hijitas invisibles,
me acariciaban la planta de los pies.
Sé dónde queda ese río y que sumergí
adentro suyo mis pies este verano.
Aunque no lo esté viendo, lo veo
sé dónde queda y cómo es.