Cuatro poemas por Alicia Genovese

Hace unos meses apareció La línea en el desierto (Gog y Magog), el volumen que reúne la poesía completa de Alicia Genovese. Como dice Jorge Consiglio, la obra de Genovese “tiene un movimiento similar al agua” y es una pieza central en la poesía contemporánea. A continuación compartimos cuatro poemas que pertenecen a distintas épocas de su obra. 

 

Soy el nadador. Señor, soy el hombre que nada

Tuyo es mi cuerpo (…)

Mi cuerpo que se hunde

en transparentes ríos

y va soltando en ellos

su aliento, lentamente…

Héctor Viel Temperley

 

Extraño que la tierra se divida

En agua y pensamiento

Arnaldo Calveyra

 

Los nadadores de aguas abiertas

hablan del agua, incansables;

la diferencian, la asocian

como si persiguieran

su rastro infinito.

El agua que describen

no es solo agua,

entre el pedregullo y las arenas

se carga de sólidos

entre las corrientes

toma la fuerza

de un animal prehistórico.

Más densa, más liviana,

amarga, abrazadoramente cálida.

El agua en la que se sumergen

nunca es la misma

pero no repiten,

encarnan precarizada

la frase de Heráclito.

 

Los nadadores testean

cuando respiran tensos

al filo de la hipotermia,

cuando el barro del fondo

enturbia las antiparras,

cuando se dejan ir también,

en un placer amniótico.

Más tersas, más ásperas,

más dulces;

cuando la brazada avanza

descubren. Levantan

esa planicie inestable

buscan cómo sostenerse

o remontar,

igual que en el gran océano

del vivir,

qué objeto servirá

para fijar el rumbo

o qué es el equilibrio

sin apoyo.

En el aliento

la obsesión por el agua.

Los nadadores alzan

oscuras masas de soledad;

emergen entre enormes

intocadas masas líquidas,

siempre al borde

de ser tragados

siempre en el límite

de lo incompatible.

 

En una deriva

picada por vientos

entre algas y desechos

de los tiempos modernos

nadar el mar

como se nada lo real.

Abro la puerta de mi casa,

soy la nadadora

que con los brazos vuelve

a un rudimentario atavismo.

Espíritu del agua,

abrime el paso,

mundo de la carne

y de los intercambios humanos

voluptuoso y denso,

cuál es el resquicio:

agua reticente atravieso

agua herida, agua

primer sí.

(“Aguas”)

 

***

 

Después del fuego

 

Solo cuando un lugar está vacío

puede  empezar a contar algo.

Win Wenders

 

Todo cambió después

de encender el fuego.

La leña estaba húmeda

como la casa entera lo estaba,

sin haber sido abierta

en varios meses.

Ni las briznas más delgadas

ni el papel retorcido producían

la llama fulgurante

que absorbiese el moho

del encierro.

Hasta que la insistencia

secó el interior

de la salamandra y el tiraje

de fundición

cuyas paredes internas

imaginé sudadas.

El fuego creció y empezaba

a templar la casa;

abrí una hendija para que saliera

el humo acumulado

y se produjo la transformación.

El calor

me impregnó el cuerpo

a través del pullover

y cesó el cansancio.

Algo dejó de tragarme,

esa distancia reticente

que toman las cosas.

Algo dejó de tener dientes,

ese animal violento

que aparece en los vínculos.

El fuego crecía y se alzaba,

no mentía su noche

ni su resistencia. La llama

envolvió los leños

y en la exhalación de brasas,

fogonazos del porvenir,

el inexperto porvenir.

(“La línea del desierto”)

 

***

 

El baño

Hay una ducha al fondo

de la casa

y cada tardecita

después del calor, el río

los mates, las conversaciones

sudorosas en el porche

es la hora del baño

Atravieso los ligustros

dejo la toalla en una rama

el jabón

sobre un tronquito

hachado al ras; un mínimo

preparativo antes de hacer

correr

el agua

Fría al comienzo

después más tibia

llega la que el sol

abrasó en el tanque

de fibrocemento

el día entero

Al aire libre

la caña de ámbar

vuelve encantamiento,

el rito diario;

me lavo la cabeza

me bajo los breteles,

la malla y vigilo, casi

con inconsciente cuidado

que los sonidos sean

los habituales:

algún zorzal

que levanta vuelo

una gallineta que picotea

las últimas migas

en el pasto, esa quietud

atardeciendo

las casas vecinas

y la variedad inabarcable

de hojas y ramas en el monte

extasiadas rozándose

Me enjabono

la espalda, los hombros

arden y otra vez el agua

reciben plácidos,

más sensible

el borde sin solear

del cuerpo siempre enmallado;

los pelitos de la vulva emblanquecen

con la sedosa jabonada

y los pezones se agrandan

bajo las marcas

geométricas del escote

Abro por completo la ducha

y el caudal

cae a brochazos

casi helada me apura

fuera del letargo

de la respiración;

hasta que cierro y vuelvo

al calor de las telas

al sigilo en la toalla

mientras el agua

por la zanjita

perfumada corre

como un suspiro aliviado

como un instante amoroso

y su exigente vigilia

No sabe nadie

nadie presencia

mi tarde detrás

del arroyo;

piedrita que alguien regala

y al aceptarla toma

la forma de tu mano;

no tiene valor

no se cotiza

ni siquiera se pone

en una vitrina

de objetos exóticos;

se vive con poco

con nada

se hace un reino

(“Química diurna”)

 

***

 

La resentida

Con mi silencio haré

una máquina de guerra,

con retraimiento

una catapulta

que arroje una y otra vez

las piedras más desgarradoras,

las que brotan apretadas

de las fisuras volcánicas.

Con mi silencio

un corredor de lava,

un lloradero de fuego

que vuelva

la zona impasible.

Pertrechos de combate,

material estratégico

desviados todos, con mi oscura

sola decisión de callarme.

Un arma

mortífera construiré

armaré, lanzaré

siempre en futuro

como los planes perfectos.

La venganza se cumple

inflexible en el futuro.

En el presente hay ojos

menudencias, imprevistos,

un temblor en la mano

de la víctima

que vulnera.

La venganza

desplaza el tiempo,

el futuro puede

sacarme este aspecto

penoso:

el vituperio de los mercaderes

la diatriba de los justos.

(“La hybris”)

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