Con una mirada aguada y profunda, no exenta de interrogantes, Gabriela Pesclevi escribe para Carapachay una nota en la que se interroga y nos interroga sobre el mundo editorial que parece imponerse con la asunción del nuevo gobierno. En este marco las preguntas clásicas sobre los modos de lectura, de escritura y de la memoria son puestos en juego desde una coyuntura no del todo inesperada y se revelan ahora como saber, ahora como resistencia.
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Durante la semana del balotaje o segunda vuelta, en el marco de las elecciones presidenciales del último 22 de noviembre, durante los días previos, incluso a posteriori experimenté un sentimiento compartido con otros: ninguna posibilidad de llevar alguna lectura extendida a excepción de algún artículo suelto en la red, un post o a lo sumo una nota periodística, signos en la calle, pero ningún libro. La lectura de libros pospuesta, suspendida, casi con la pregunta: ¿en algún momento volveré a leer? Una especie de desconcentración general; mientras algunos cuerpos se desplazaban por la vía pública con todo lo que portaban y la urgencia de lo que se nos venía por delante. Supongo que eso duró tal vez un mes, dos meses, más. No importa la cuenta. Tampoco quiero pasar por ilustrada o culturosa. Me reclama la pregunta y la incertidumbre del “nuevo orden”, la complejidad y matices de la derrota, la multiplicidad de factores que intervienen. Incluso podríamos decir que la hecatombe en puerta no era una cosa de ningún modo sorpresiva o improbable o una cuestión de extrañamiento. Lecturas amigas venían siendo trasluz de las reconfiguraciones de un tiempo perplejo; de un termómetro con signo global, regional. Ahora bien. Ante este panorama, ¿A dónde poner la lectura? ¿Qué hacemos con ella? ¿Con nuestros machaques, empeños y empecinamientos? ¿Con los proyectos pequeños y medianos de edición de libros? ¿Qué hacemos con la palabra? ¿Con nuestras palabras que requieren tal vez, tiempos que no se corresponden con los tiempos electorales ni de ningún noticiero avezado en efectos especiales? ¿Cómo llevamos esta palabra en el cuerpo? ¿Cómo caminamos con ella por los territorios en los que transitamos y de los que somos parte? Por otro lado, como dice el Profesor José Luis de Diego pensando en el universo de las políticas editoriales “Las mediaciones capitalistas se multiplican” y previo, agrega como corolario del análisis que requiere pensar los grandes mercados del libro: “El panorama de la producción editorial en la Argentina tuvo, invariablemente, una correlación con el escenario político e ideológico de cada época”. (*)
Hace unos días escribimos una nota por lo sucedido con el portal de noticias Infojus: la eliminación de una vasta cantidad de textos durante el mes de febrero de 2016, sobre temáticas elaboradas durante el transcurso de varios años por una diversidad de autores. Allí decíamos con uno de los colectivos en el que participo hace años (**), y teniendo en cuenta la noción de archivo que hay en discusión a partir de la recuperación de archivos especiales en la última década: “Entendemos al archivo como una experiencia no sólo documental, patrimonio que vuelve, que se hace presente ante sus lectores, con sus huellas, su capacidad de generar recuerdos y de dar cuerpo a una memoria personal y colectiva, sino como posible campo de lo imaginario”. El archivo como herramienta en la búsqueda de la justicia, aquello incluso que puede remover lo deificado o estanco, lo que puede devenir en un disparador en el campo de lo creativo. Los archivos como insumo para la creación. Y agregábamos: “Sabido es que todo archivo tiene sus propios huecos pero, ¿Qué pasa cuando esos huecos son generados conscientemente? ¿Qué ocurre cuando el silencio del archivo se transforma en lo silenciado, lo que se quiere esconder, lo que es preciso no decir? Allí entonces, el caso es otro: lo que se hace es borrar, tachar, esconder. El nuevo criterio de selección echa por tierra el pasado y omite los documentos. ¿Qué implica hoy borrar archivos? ¿Cómo se hace, materialmente hablando, para sacarlos de circulación? ¿Qué pasa con la escritura y la cuestión digital y la publicación en medios electrónicos? ¿Cuánto, finalmente, se puede borrar, si siempre habrá alguien que se encarga de guardar? Lo que está en juego aquí es la autoridad de quien lo publica. Borrar archivos de Infojus es un gesto de censura por más que esos archivos estén y puedan leerse. ¿Qué ocurre cuándo no pueden encontrarse en el sitio del Estado desde el cual se generó como una política pública?”.
Volvamos al punto de partida. Condiciones de una época y experiencias que pudimos construir, desde la comunidad con filiaciones colaborativas, o como políticas de estado, con lectura mediante, tramas heterogéneas menos propensas a las dicotomías que durante los años 90, más híbridas y concordantes; la hechura de un catálogo que ha recuperado no sólo nuestro “pasado reciente” sino la incorporación de otras voces, sueltas, díscolas, impensadas por lo menos en un comienzo para los vendedores de consagrados, especialistas en tal o cual materia o vedets de turno. Los diálogos fueron gestados con el impulso de nuevos interrogantes, la fuerza y las estrategias de los que van llegando y no sólo se apuntan las conversaciones que comienzan a aglutinar a otros o pensar la producción como práctica colectiva, sino los obstáculos repitentes, la fragmentación disonante que nos pierde en vez de ligarnos. El desafío pasa por estas cosas. Identificarlas, volverlas a pensar, revisar cómo surgieron editoriales, prácticas y formas de lectura, que en los últimos años favorecieron el encuentro de nuevas circulaciones de lectores, motivadas por la generación de un estilo de edición, de escrituras, de sitios y ciclos de lectura. De discusiones venideras. Recuperar tradiciones, pensar en clave de constelaciones el campo editorial medio o pequeño, una malla fascinante que a su modo hace frente a otro tipo de marcas del mercado.
Los compañeros de Carapachay piensan al Delta, al río mismo como zona, anclaje y materia de desvelos, glosario de una escritura que desborda, metáfora, usina, sonido “ritmo y niebla”, espacio navegante, divergente, río que. Celebro el contrapunteo y el reconocimiento de una galería incluso silvestre no solo letrada de nuestra lengua. Llena de juncos y junquillos y pajonales. El desafío pues seguirá siendo insistir, leve diferencia con resistir. Insistir y multiplicar las radiaciones de tono, de fuentes, de formas de mirar, sin dejar la máquina guerrera que hay en nosotros, otras veces estuvimos en la calle para contagiar el entusiasmo, decir basta, lanzar agua en el feriado de carnaval, o con las madres y su legado de “Ni un paso atrás”. Avizoradas e inquietos. Hagamos espacio y tiempo para encontrarnos con la palabra, la lectura, los otros y estas aguas revueltas.
Gabriela Pesclevi se desempeña en la actualidad como coordinadora de Talleres de literatura para chicos y adultos en la Asociación Civil La Grieta. Coordina el proyecto Arte y literatura para chicos y chicas dependiente de la Subsecretaría de Desarrollo de la Provincia de Buenos Aires. Realiza seminarios y experiencias de formación para docentes. Forma parte del colectivo Libros que muerden. Licenciada en Trabajo Social. Docente en la Universidad Nacional de La Plata.
(*) El artículo se puede consultar: http://servicios2.abc.gov.ar/lainstitucion/revistacomponents/revista/archivos/anales/numero06/archivosparaimprimir/6_dediego_st.pdf
(**) Libros que muerden/ La Grieta, ciudad de La Plata. El artículo sobre Infojus completo se puede consultar: http://librosquemuerden-lagrieta.blogspot.com.ar/