Un hombre llega a una isla. A una isla en el confín del mundo, cuando el mundo tenía confín y era inmenso, y no era este pequeño vecindario en el que nos apretujamos todos ahora. Porque un confín es algo lejano, verdaderamente lejano. Es una frontera que linda con lo desconocido. Y ahora pareciera que nos hemos quedado sin fronteras y sin desconocimientos (esos objetos éticos, esas tramas necesarias).
Un hombre llega a una isla en el confín del mundo, entonces. Hay algo primordial, prototípico en esto. Y si a eso le sumamos que el hombre está huyendo, escapando de la ley pero más todavía de la desilusión, nos encontramos con un argumento clásico. El hombre es un ex guerrillero irlandés que luchó por la independencia de su país y que en el transcurso descubrió el lado oscuro de la política, el lado oscuro de los hombres, que ni siquiera es tan oscuro. Y entonces decide alejarse de ellos, aislarse. Eso, aislarse. Hacerse isla.
Este es el punto de partida de La piel fría, hermosa y perturbadora novela de Albert Sánchez Piñol, un antropólogo catalán del que no sabemos mucho, pero lo que sabemos alcanza. Sabemos que escribió La piel fría a caballo entre dos milenios, acá nomás, casi recién. Una novela que nace clásica, con ecos del Conrad de El corazón de las tinieblas, con espantos lovercraftianos. Pero no es eso lo que quiero rastrear. Antes que las genealogías y las coordenadas literarias, prefiero leer, buscar, mi cartografía personal. El mapa caprichoso de mi entusiasmo como lector.
Volvemos a empezar, entonces.
Un hombre llega a una isla en el confín del mundo huyendo de los hombres, de la sociedad. Es un desertor. Quiere desaparecer. Pero todos sabemos que desaparecer nunca es fácil. Ya en la isla, descubre que hay otro hombre, un farero llamado Batis Caffó, hosco y distante, al borde de una locura que se irá deslindando en una sabiduría animal: el farero se ha adaptado al clima hostil, al paisaje helado, a la realidad alucinante que yace en la oscuridad. Porque esa misma noche el narrador descubrirá que unas criaturas terroríficas habitan en las profundidades del mar que lo rodea por todas partes. El hombre, el narrador, quiere desaparecer, pero entonces le toca sobrevivir.
Y ahí comienza la aventura (sasturaineamente, ese proceso crucial entre la ventura y la desventura). Monstruos, alianzas y tácticas precarias y desesperadas, extrañas batallas que parecen coreografías de una pantomima equívoca. La sexualidad más cruda, el amor, el asco y la ferocidad se vuelven intercambiables. Y es que ahí, en la isla en el confín del mundo, lejos de todo lo conocido, las cosas primero se desdibujan y luego adquieren una claridad prístina. La escalofriante claridad de lo desconocido. El hombre, el narrador, está frente al abismo, y el abismo es el otro. Porque un monstruo que se precie, es un monstruo que puede habitar no sólo en las pesadillas del sueño, sino también en las de la vigilia más lúcida. Un monstruo nunca se deja definir. Un monstruo provoca, cuestiona, seduce. Un monstruo es un espejo. Porque es frente a la otredad absoluta de estas criaturas de piel fría y mirada sutil en donde el narrador pone a prueba sus convicciones, las que lo definen incluso a pesar suyo. ¿En verdad esas criaturas son malignas? ¿En realidad quieren matarlo? ¿Y él qué quiere? ¿Y qué quiere Batís Caffó? Convivencia y supervivencia, entre estos dos objetivos básicos, naturales, se tensa el espíritu del protagonista, y nosotros lo acompañamos en su derrotero, en las desesperaciones prácticas y mínimas de la confabulación y en las claudicaciones íntimas que lo fascinan y lo descorazonan.
Un hombre llega a una isla en el confín del mundo. Huye, escapa. Y descubre que no hay confín y que no hay mundo. Solo la isla. Y él es la isla. Él es la humanidad, vaya donde vaya. Una piedra desolada que esconde bajo su persistencia el miedo elemental de la raza.
Ricardo Romero nació en Paraná, Entre Rios en 1976, es Licenciado en Letras Modernas por Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Tiene publicado el libro de cuentos “Tantas noches como sean necesarias” y las novelas: “Ninguna parte”, “El síndrome de Rasputín”, “Los bailarines del fin del mundo”, “El spleen de los muertos” y “Historia de Roque Rey”.