Un hilo delgado, frágil, casi imperceptible une a la mayoría de los textos que componen este número de Carapachay o la guerrilla del junco y a este número de la revista con los anteriores. No es una tradición, aunque eso está presente; no es un porvenir, aunque eso también está presente y por cierto no es un tema. Ese algo se expresa más bien como un susurro, es algo que está latente en todos los textos y que actúa como trasfondo, como sustrato de la escritura. Hablamos de una relación, la que se establece entre el lenguaje y las formas de la vida.
Hay algo en el lenguaje que tiene el poder de transformar la vida misma. Al parecer los liberales y sobre todo los conservadores de la región volvieron a apelar a ese atributo y hoy los vemos actuar en consecuencia. Sus intentos de proscripción, sus censuras, sus tabúes lingüísticos, toda su actitud y hasta su falta de vocabulario dan cuenta de ello. Un aparato de destrucción del lenguaje, una beligerancia no del idioma sino contra el idioma y contra la lengua en general. En Chile, el presidente Piñera habla por cadena nacional y dice que ha entendido el mensaje y a continuación reincorpora a policías retirados al aparato de represión del estado y lo que debía actuar como articulador para un cambio de rumbo termina actuando como excusa o como justificación de una represión desatada. En Bolivia se prohíbe la palabra golpe de estado, se la saca de circulación así como al sujeto padeciente de ese golpe, tanto a su líder, como a sus seguidores. Sabedores del poder que encierra una frase, un poema, una historia, se han dado a la tarea de atacar no sólo a las personas, sino también y sobre todo a la lengua. Se trata de destruir la lengua, adulterándola, maltratándola o simplemente silenciándola. Mutilación de la lengua que acompaña, apoya y sustenta una mutilación de los cuerpos.
Pero la lengua perdura, la palabra prevalece y sus sentidos son puestos en juego a pesar de ello. Como dice Alejandro Kaufman en el pequeño pero poderoso ensayo que nos regaló para este número: La lucha por el sentido es inherente a las confrontaciones violentas, cualesquiera que sean, y las significaciones expuestas no se limitan a describir, sino que dan forma a los acontecimientos mismos. En este sentido, el uso de la lengua abre nuevos interrogantes, ciertamente, pero esos interrogantes no pueden pensarse sino en relación con las formas en que se desenvuelve la vida misma en el contexto actual, lo que incluye un pasado, un porvenir, un tema y sobre todo un espacio y un tiempo.
Asistimos entonces, mejor aún, nos enfrentamos a posturas políticas autoritarias en la región: un GOLPE DE ESTADO en Bolivia, un presidente abiertamente racista y misógino en Brasil, otro en Chile que sin serlo tan abiertamente no ha dudado ni por un segundo en sacar al ejército a la calle para reprimir salvajemente a su propio pueblo. Argentina mismo está saliendo de un gobierno que en germen a veces y en actos concretos otras, no se diferencia mucho de aquellos. Todo eso acompañado, motorizado, sustentado por un trabajo profundo sobre la lengua. En este contexto, seguir escribiendo, seguir haciendo esta revista, seguir compartiendo charlas y discusiones con amigos, se vuelve imperativo. Escribimos desde los márgenes como sugiere Sasturain, sin objetivos, sin misiones, sin recetas pero con una certeza, eso sí, la certeza de que no podemos dejar de escribir: no debemos hacerlo.