Sobre Acá había un río, por Francisco Cascallares

Un ovillo compacto que se desenreda y llena el cuarto y ya no se puede volver a enrollar

I

Un escritor, en Santa Fe, escribe una serie de cuentos elípticos y desoladores, de tramas que abarcan recortes de años o décadas para mostrar vidas que se fueron por rumbos equivocados o largas búsquedas que casi serían novelas. Revisiones de vidas completas que escribe en poquísimas palabras, desmantelando obsesivamente el relato de detalles, como si casi todo en un relato corriera el riesgo de ser superfluo. O como si quitándolo todo la emoción de cada uno se volviera más contenida y más intensa. Así, el escritor se esfuerza dentro de límites ajustadísimos, reduciendo las estructuras, las oraciones, los temas, el vocabulario, las duraciones y los detalles concretos al mínimo posible, pero sin perderlos del todo, hasta que el relato se convierte en lo que queda de un relato mucho después de leerlo o de vivirlo.

Y para que no quede lugar a dudas acerca de este principio de tensión, agrega –a un título ya de por sí sonoro y suficiente–, un subtítulo explicativo: 7 guiones para cuentos.

  El escritor se llama Francisco Bitar.

  Al libro lo publicó Editorial Nudista en 2015.

 

II

Un lector, en Buenos Aires, tocayo del autor, pasa una serie de noches incandescentes de marzo de 2017 frente a la pantalla de su computadora tratando de bajar a palabras el efecto piel que le acaba de provocar la escritura de Francisco Bitar.

El libro lo deja volviendo a un período importante de su propia vida que ahora es parte de su pasado, pero también del lugar en el que se encuentra en el presente. Vuelve a abrir el libro, regresa a una página en particular, casi al final de uno de los cuentos. En ese borde, alguien se pregunta: «¿Cómo pudo todo quedar en ruinas? Bueno, no en ruinas, exactamente, o, en todo caso, no todo.» Piensa en unas ruinas arqueológicas que vio alguna vez. Se dice que es exactamente así como uno recuerda, que es eso lo que le ocurre a los detalles: dejan de ser completos, pero unas pocas formas bien elegidas alcanzan para evocar la figura entera de todo lo que fue, en toda su intensidad.

Anota: Francisco Bitar fabrica en su escritura la sensación exacta de volver a abrir una época intensa ya vivida para revisarla.

Desde el título del libro, que es la reducción del título de tal vez el mejor cuento del volumen («Acá había un río y yo lo cuidaba»), Bitar erosiona detalles para generar la sensación de estar volviendo a una experiencia.

 

III

Cuando Bitar dice que sus cuentos son «guiones», lo hace menos en un sentido cinematográfico que en el sentidotipográfico que cobra en una lista de ítems: cada uno a la vez separado y enfatizado por una raya: un punteo.

Cada pieza de Acá había un río propone pensar en el género de los apuntes. Desde el apunte, Bitar fabrica la sensación exacta de reabrir pasados ya vividos que el lector hace propios. La tensión es un trabajo constante en esas dos direcciones simultáneas y opuestas: ir perdiendo para ir ganando, ir soltando para dejar más claro. La ilusión de ser apuntes, siendo realmente cuentos y no apuntes, da forma a esta tensión y hace pensar todo el tiempo en la libreta de un escritor.

 

IV

Piglia abre su tesis sobre el cuento, justamente, con un apunte de una libreta de Chéjov. Desde ese único punto de apoyo propone un resumen unificador de la narrativa breve contemporánea. El resultado es una sola página en la que está todo. No importa en lo más mínimo si Piglia lo logra o no; para semejantes ambiciones, lo único que cuenta es la belleza del acto desmedido, del intento.

En estas escrituras (Bitar, Piglia), llama la atención el trabajo: la síntesis de cada frase, la fragmentación numerada de cada pieza en miniaturas y sentencias despojadas, sintéticas. Una tesis de una página, unos guiones para cuentos de muy pocas páginas cada uno, son disecciones a punto de explotar de sentidos. Ambos dejan un sabor poslectura muchísimo más amplio que el espacio que ocupan en la página.

Así se abren después de leerlos estos cuentos en la cabeza, como recuerdos comprimidos que se liberan. Como un ovillo compacto que se desenreda y llena el cuarto de una capa de lana que ya no se puede volver a enrollar.

El tiempo se comprime y se dilata. Por momentos, enfocados en dos o tres detalles nítidos, Bitar avanza a una velocidad de años por segundo. En otros, con dos o tres detalles nítidos hace que un momento entre en foco y se grabe como recuerdo.

 

V

Acá había un río implica que ya no. Así son sus tramas. Lo que hubo una vez y se perdió, y que por un momento resurge en el presente cuando ya es tarde y todo ha cambiado, y recuperarlo se vuelve apenas una esperanza precaria.

Incluso los nombres de los protagonistas son apuntes mínimos: un hombre y una mujer, él y ella, Hermano 1 y Hermano 2, Fulano y Mengana. Durante casi todos los relatos, el único nombre propio corresponde a un perro. (Pronunciarlo es fundamental para ese cuento). En el último de todos, recuperan nombres pero a esta altura suenan a la vez familiares y extraños (Merlo, Betty, Hilda), como si a lo largo de las páginas hubiéramos ido perdiendo el hábito de pronunciar nombres humanos. (La recuperación del nombre es el gran tema de este cuento).

Pero los verdaderos relatos que Francisco Bitar da para leer no son meras tramas: son la tensión que recorre esas tramas, la tensión en la que existen. No por el recurso formal en el vacío, sino por la emoción que contienen y producen, con la que desbordan: la sensación de pérdida, de tiempo vivido, de regresar a un lugar en el que una vez hemos estado pero que ahora está abandonado.

Haber vivido todo eso, se dice el lector de Buenos Aires. Dejando mucho afuera, de eso se podría escribir. Antes de sentarse a hacerlo, se repite en voz baja, por última vez: «No en ruinas, exactamente, o, en todo caso, no todo».

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