Humberto Costantini publica en 1984 la novela La larga noche de Francisco Sanctis. Es una novela, como se diría, sobre la dictadura. Un momento sangriento que comenzaba a procesarse. Y Costantini lo aborda de un modo notable. Involucrando a un personaje de clase media en un dilema crucial. Sanctis es uno de esos que podrían haber dicho “no sabíamos nada” o “algo habrán hecho”. Pero Costantini lo involucra en un dilema moral y lo hace vivir dentro de una estructura narrativa admirable. Andrea Testa y Francisco Márquez son cineastas. Y este año han ganado el BAFICI con su primer largometraje que también fue seleccionado para el festival de Cannes y que se estrenará en cines en noviembre. La película es una adaptación de la novela de Costantini. En esta nota para Revista Carapachay cuentan cómo llegaron a la novela, por qué deciden filmarla y cómo fue el proceso de adaptación.
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Caminamos por el Parque Centenario, recorrimos los puestos de libros, buscábamos algo nuevo para leer. Pasamos por las filas de libros empolvados y entre ellos se asomó la novela de Humberto Costantini “La larga noche de Francisco Sanctis”. El puestero nos dijo sin más que la llevemos, que era una primera edición, que a él le había gustado mucho esa novela y toda la obra de Costantini, llévenla, dijo, no se van a arrepentir. Así comenzó la historia, la leímos rápido, de un tirón, primero uno después el otro. La comentamos, la pensamos, volvía una y otra vez a nuestras charlas, hasta que nos decidimos por hacer algo más con ella.
La larga noche de Francisco Sanctis centra su relato en un momento histórico muy recorrido por la literatura y el cine, los años de la última dictadura cívico-militar. Es una novela de 1984 pero a casi treinta años de escribirse nos planteó un punto de vista novedoso: no está narrado desde un militante, tampoco desde un militar, sino más bien desde un empleado administrativo de clase media que se cree por fuera del conflicto que desangra al país. Espera un ascenso en el trabajo que le permita llegar más tranquilo a fin de mes, disfruta de tomar una cerveza en el bar con su amigo, de sus hijos, un hombre “normal”. Un día, una mujer del pasado le traerá una información que le estallará en su rutina: el dato preciso de dos persona que esa noche van a ser secuestradas por el ejército. Nadie va a hacer nada, si él no intenta salvarlos morirán indefectiblemente. ¿Arriesgará su vida por estos dos desconocidos? Costantini construye un texto atrapante exponiéndonos esa máxima sartreana de que no se trata de lo que la historia ha hecho con nosotros, sino de lo que nosotros hacemos con aquello que la historia nos ha hecho. Un dilema contemporáneo que además nos interpelaba: ¿Qué hacemos nosotros para transformar todo lo que no nos gusta de esta sociedad? ¿Qué hacemos para transformar este sistema de explotación del cual renegamos día a día?
Ahí estaba el motor que nos condujo a trabajar con la novela. Adaptar no sabemos si es el verbo que mejor representa el trabajo que hicimos, porque no nos propusimos traducir lo literario en imágenes y sonidos sino que nuestro trabajo fue comprender dramáticamente la esencia de la obra, ahondar en su protagonista, conocerlo, delinearlo, decidir cuál era nuestro punto de vista sobre el conflicto, qué queríamos decir a través de él. Hicimos un trabajo de interpretación y de creación con el mayor respeto que nos merece la obra de Humberto Costantini. Teníamos en claro que no se iba a tratar de una copia fiel porque eso era y sigue siendo imposible. Teníamos que hacernos cargo de nuestra mirada autoral, del contexto histórico, del diálogo con otras películas sobre el tema, teníamos que construir un basamento real y posible con los recursos con los que contábamos, y lo más importante, teníamos que comprender que son dos lenguajes completamente distintos. Lo cinematográfico le dio un rostro a Francisco Sanctis pero también construyó alrededor suyo un muro de silencio, imposible de acceder.
En este recorrido, una de las primeras preguntas que nos hicimos fue cómo contar con imágenes un conflicto tan interno. La novela está organizada a través de un intenso diálogo interior que tiene el personaje, en la película todo ese texto tenía que ser absorbido por el rostro de nuestro actor, Diego Velázquez. Estábamos frente a un conflicto que no podía ser expuesto, decir era poner en riesgo a un ser querido, por eso necesitábamos que Diego pueda contener todo el tiempo esa información, rondarla pero nunca expresarla. Intentamos construir su interior en el exterior, en una atmósfera de asfixia y opresión, sensaciones que creíamos se vivenciaban en la época. Su miedo, el terror de esos años, se trasladaba a espacios sombríos, a seres apagados, el sonido, a su vez, está filtrado por su propia subjetividad. La noche se vivenciaba en su cuerpo y en sus gestos. La construcción del código de actuación, no hacer una película naturalista, fue una decisión que tuvimos a priori porque entendíamos que no podíamos tampoco trasladar sensaciones históricas sin tener una interpretación sobre ellas, por eso el clima enrarecido empapa dramáticamente el mundo de Francisco Sanctis, pintando las escenas en pos de su conflicto principal.
Otra decisión fundacional estaba relacionada con algo estructural de la novela. La misma está organizada como un vía crucis del personaje. Lo que mueve al personaje es un destino ineludible al que él, aunque por momentos lo intenta evitar, se le enfrenta. Es una tragedia clásica. Esto que funciona perfectamente en la obra literaria no era, a nuestro parecer, muy cinematográfico. Todo se le aparecía, el momento de la decisión estaba muy mediado y por momentos faltaban acciones que se desprendan de su voluntad. Y en definitiva, lo que a nosotros nos interesaba del texto de Costantini era eso: el momento en que nos asumimos, o no, como sujetos políticos. La toma de decisión.
La escritura de guión llevó mucho tiempo y no terminó nunca. Creemos que seguimos escribiendo la película en cada pregunta, en cada debate, en cada intervención que hacemos a partir de ella, porque creemos que la escritura es un movimiento dinámico, de permanente reflexión sobre el material y sus alcances. Seguimos pensando y explicando(nos) la película cada vez que tenemos que hablar de ella. Siempre tuvimos un miedo, un riesgo que asumimos al decidir construir a La larga noche de Francisco Sanctis como un sentir de época y no como un contar la época. El no-decir tiene un sustento, un posicionamiento en relación al cine. Queríamos confiar en el lenguaje cinematográfico sin caer en diálogos explícitos, en una narración muerta. Libramos ese espacio de indeterminación, confiamos en ese muro que imposibilita conocer en su totalidad el interior del personaje para trasladarlo en sensaciones cinematográficas hacia los espectadores. La angustia de la duda, del no saber cómo actuar, qué camino tomar, intentamos que sea la manera de empatizar con el otro lado de la pantalla, con las personas que traen sus miedos, sus recuerdos, sus contradicciones también. Esa manera fue la que encontramos para hacer revivir la obra de Humberto Costantini, para interpelarnos tal como lo hizo con nosotros la novela y como lo hizo con el puestero que nos la recomendó, y como lo hizo con todos los que pudieron leerla. ¿Qué haríamos nosotros en una situación semejante?
El arte y la política no pueden estar escindidos. El arte es una manera de intervenir en la sociedad, de poner ante nuestros ojos conflictos humanos, políticos, que de otra manera parecen no ser vistos. Ponemos en escena algo que no puede decirse sino mostrarse, representarse, una avalancha de imágenes y de sonidos, de construcciones imaginarias pero hechas con material de lo real. Teníamos miedo sobre ese riesgo que corrimos sobre no explicitar la época e intentar revivirla, nosotros no la vivimos pero necesitábamos re-presentarla, volverla a vivir. Nos preguntaron muchas veces por qué quisimos hacer una película sobre la Dictadura Cívico Militar como si el pasado no esté presente en nosotros, en nuevas generaciones. Es una herida que no cierra y que heredamos, por eso nuestra necesidad de retomarla y seguir preguntando ahí, donde el silencio se hace protagonista. Compartimos un imaginario colectivo creado por otras obras sobre el Terrorismo de Estado, sobre recuerdos de familia, conocidos, materiales históricos, relatos. Ese imaginario para nosotros tiende a saturarse impidiendo que las imágenes nos conmuevan. Por eso decidimos cambiar, explorar otras formas de hacer sentir la época, adentrarnos en ella. Nos impactó cuando un hombre, luego de la primera proyección de la película nos dijo: “yo conozco el sonido de esos pasos en el silencio de la noche”. Ahí radica el poder del arte, la materialidad resuena en el interior de las personas y los moviliza. Necesitábamos algo nuevo para leer y nos encontramos con la obra de Humberto Costantini y con él la necesidad de hacer una película. Gracias Humberto.
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