Editorial N°4

Para una revista como Carapachay (o la guerrilla del junco) que sale cada cuatro meses, la actualidad se presenta como un problema central. El riesgo latente de ser inactual siempre acecha. Pero la actualidad  por más apresurada y variable que se nos presente, no impide que la revista se inscriba en un tiempo propio y en un conjunto de tradiciones, lecturas y escrituras con las que nos interesa dialogar. Y es, precisamente, desde allí, que abordamos la actualidad como problema.

Sin ir muy lejos, hace unos 6 meses nos espantaba un posible escenario que hoy se expresa como realidad inexorable. Pero nos espantábamos no tanto por la inmediatez de los resultados electorales,  sino más bien por sus implicancias que son históricas y que tienen además una tradición a la que no se deja de apelar.

Nos preocupaba desde ya lo que sucedería con la economía en general, nos preocupaba lo que sucedería con lo social y lo político, pero sobre todo nos preocupaba lo que un triunfo de Macri podría significar para la lengua y para el uso de la palabra en general. Hoy esos temores se han vuelto realidad con una vertiginosidad que asusta casi tanto como su concreción. Pero nuevamente esa prontitud, esa vertiginosidad con la cual el macrismo se maneja y que en definitiva se va constituyendo en su marca distintiva, encierra otra dimensión aún más peligrosa. Esa economía de tiempo es parte de una idea generalizada y esencial de ahorro, de economización, de reducción y todo eso, a su vez, está montado sobre el supuesto de un derroche innecesario, de un malgasto, de un  despilfarro.

Con todo, el verdadero problema es que esa idea de ahorro, sencilla, fácil de captar, fácil de entender, sin embargo se va colando, se va metiendo por los poros hasta penetrar todos los aspectos de la vida, y lo que es peor hasta hacerse imperceptible por sobreabundancia de presencia. Y al poco tiempo, así como se ataca a la inflación atacando al consumidor porque consume mucho o porque consume cosas que no debiera, así, del mismo modo y con la misma lógica, se ataca al lenguaje destruyendo a quien habla, no sólo por lo que dice, sino porque dice mucho o porque dice cosas que no debería decir. Horacio González, ha sufrido en carne propia este tratamiento, que no podríamos decir que es injusto, sino más bien que era esperable que así sucediera; lo injusto, lo raro sería, justamente lo contrario, que no lo atacaran. En este sentido, el macrismo impone o intenta imponer una retórica de la clausura o mejor aún de la censura, que se funda en una idea de ahorro pero aplicada ahora al lenguaje, al uso de la palabra.

La actualidad que nos preocupa es, entonces, una actualidad que fue amenaza y que hoy es acoso, pero que es necesaria entenderla en toda su dimensión epistemológica e histórica. Solo así sabremos hasta que punto esa amenaza se ha concretado y hasta qué punto se hace necesario combatirla. Defender el uso de la palabra se vuelve hoy imperativo y bajo este convencimiento nos permitimos afirmar que hoy la guerrilla del junco está antes que Carapachay, porque de lo que se trata ahora es de defender la palabra, de defender la posibilidad de decir; a veces, eso significa defender a quien habla, a quien dice y a veces simplemente significa darle la palabra a alguien. Pues en eso estamos.

 

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